martes, febrero 12, 2008

Fragmentos de la Contracultura en México (de José Agustín)


Fragmentos de La contracultura en México.

Es verdad que la revolución sicodélica era una franca utopía, y en México después de 1968 no se la tragaron muchos, pero lo importante era el mito en que convergían todos porque les daba un sentido trascendente a la vida; lo importante eran los ideales, la exploración de la mente y el señalamiento de una realidad cultural que requería corregirse.
No se decía, además, que el sistema había cerrado filas contra las rebeliones estudiantiles y la contracultura, asi que las esperanzas de un mundo mejor en el individuo, en la sociedad y la naturaleza no murieron por causas naturales sino que fueron aplastadas después de una guerra intensa, sucia y desigual. Los grupos dominantes, políticos y financieros, programaron una contrarrevolución cultural a través de la satanización de las drogas, la mitificación del narcotráfico como villano internacional, el amarillismo sobre el sida, la identificación del comunismo como terrorismo y del terrorismo como manifestación del demonio. Ya todo se había consumado. No tenia caso rebelarse, había que entrarle al juego con todo y sus inconcebibles reglas, la llamada economía de mercado o neoliberalismo, y aceptar la manipulación de los derechos, la disminución de las libertades, el aumento de la represión y la intimidación y el avance incontenible de la miseria moral y material.
A mediados de los años noventa, al borde del milenio, las condiciones en México habían llegado a extremos inverosímiles. El sistema se hallaba en franca descomposición, de hecho en plena putrefacción y solo se sostenía por la intimidación, la militarización y la mano dura, por el apoyo del gran capital y de Estados Unidos. El autoritarismo se ejercía con desesperación ante las constantes muestras de inconformidad de la sociedad. En vez de hacer caso a las cada vez más trágicas advertencias de la historia, el régimen se aferraba al poder con una insensibilidad criminal y el resultado era que los peligros se ahondaban. Nuestra historia era un circulo vicioso, porque siempre se volvía a los vicios de antes pero en contextos mucho mas agudizados. Por ejemplo volvieron los asesinatos políticos porque los grupos en el poder habían perdido cohesión y procedieron a despedazarse los unos a los otros. Todo esto en medio de la omnipresencia del narcotráfico, de secuestros generalizados y alta inseguridad en todo el país, con dos guerrillas en activo, una militarización indetenible y la miseria en ascenso.
Pero claro cuando se vive en el peligro, y eso había ocurrido en México, lo que hacía más difícil la contención del devastador proyecto neoliberal, el capitalismo salvaje, un proyecto frío, despiadado, que pretendía exprimir a la población hasta dejarla exánime en beneficio de un reducidísimo grupo de oligarcas de Estados Unidos y México. El gobierno y el sistema en general, por supuesto, cerraban los oídos a toda queja y crítica, y trataban de imponer la idea de que las cosas marchaban bien ya que podíamos estar mil veces peor. Exigía que nadie lo contradijera y que se cumpliesen sus dictados con rapidez, eficiencia y gratitud. Vivía una realidad virtual, ajena a la de los demás, y todos debían conformarse a ella por las buenas o por las malas. No importaban minucias como honestidad, honradez, sensibilidad, derechos humanos. Habíamos pasado de la hipocresía al cinismo.
Para la gente joven el panorama no era nada alentador. La educación universitaria iba cerrándose para la población de bajos recursos, a la que se pretendía programar exclusivamente como técnicos, obreros, empleados y servidores sin posibilidad de ascender a los planos superiores de la riqueza. Aun para el que podía estudiar, las posibilidades de empleo no eran muchas y, de obtener trabajo, debía convencerse de que era una suerte celestial tenerlo y que lo principal era conservarlo; es decir, no pedir aumentos ni mejores condiciones, por supuesto un grupo reducido de jóvenes de las elites tenía todo a su favor: las escuelas más caras y selectivas, toda la tecnología de moda, viajes al extranjero y acceso a los altos niveles ejecutivos. Ellos vivían su ghetto, el de la cultura de la riqueza; quien sabe que ojetadas habían hecho en su reencarnación anterior para merecer semejante karma. Pero de la clase media hacia abajo, el futuro no era muy promisorio y predominaba el espíritu dark.
En cierta forma las condiciones eran semejantes a las de los años cincuenta y sesenta, solo que mucho mas agudizadas. Como entonces que todo marchaba bien, que “se marchaba por el camino correcto”, y el desfase con la realidad propiciaba una profunda insatisfacción en muchos jóvenes, porque el sistema bloqueaba o cancelaba las posibilidades de una verdadera expresión y de la realización de la creatividad y de sus mejores aspectos. Desde principios de los noventa fue observable que, contra todos los pronósticos, los sesenta estaban muy presentes, Jim Morrisson fascinaba a nuevos adolescentes, para la fresez estaba la moda retro y la vuelta al órgano en algunos grupos de rock. Entre otras cosas, esto indicaba que las condiciones anímicas eran semejantes, con la notoria diferencia, de que, a principios de los noventa, el gobierno se proponía una regresión que nos retrotrajera a las condiciones culturales de los sesenta, con su represión, autoritarismo y censura. Poco a poco se robustecieron los mecanismos de control para limitar lo más posible la libertad de expresión, y se recurrió al mecenazgo para cooptar a buenas cantidades de artistas e intelectuales, pues, como se sabe, Carlos Salinas de Gortari ha sido el más grande cooptador de la historia de México, siempre listo a repartir dinero a todos los que fuesen necesarios con tal de que la gran mayoría siguiera empobreciéndose.

No hay comentarios: